La
narración del cuento se desarrolla en Argentina, en uno de los
barrios de Buenos Aires, “a esa altura de Palermo”. Allí viven
la narradora, cuyo nombre el autor no menciona, sus hermanas Holanda
y Leticia. Ellas viven con su tía Ruth y su madre. Las niñas viven
en un entorno familiar un poco problemático, con constantes
conflictos y castigos: “La cosa es que ardía Troya, y en la
confusión coronada por el espléndido si bemol de tía Ruth y la
carrera de mamá en busca del bastón de los castigos.”.
Para
escapar de la familia, las niñas crean su propio mundo, "nuestro
reino", en que puedan respirar libremente. Este reino es el
mundo después de la puerta blanca, es decir, la parte exterior de la
casa, el jardín y sus alrededores, incluyendo el río detrás de la
casa. Ahí, en el exterior, justo en el patio, era para las niñas
“la capital del reino, la ciudad silvestre y la central” (del
juego).
A
las niñas les gustan jugar estatua e interpretar expresiones de
emoción. En el juego de estatua, las niñas se visten de "adornos",
que son piezas de ropa y accesorios para recrear personajes o
inventar temas para la estatua. Estos accesorios se toman de un
escondite en el suelo: “levantábamos la piedra y abríamos la caja
de los ornamentos.” El juego de las chicas también tiene reglas,
una de ellas es que, la elegida para hacer la estatua o interpretar
emociones, debe ser vestida y juzgada por las otras sin su
interferencia: “la elegida no podía tomar parte en la selección”.
Delante
del patio de la casa donde las chicas viven y juegan, pasan trenes
todos los días y con mucha gente. Pero las chicas no se intimidan
con las posibles miradas de los pasajeros porque piensan que nadie se
daba cuenta de ellas: “A esa altura de Palermo los trenes pasan
bastante rápido”. Sin embargo, uno de los pasajeros del tren, un
niño, las mira. A partir de ahí, él busca hacer una interacción
con ellas, y lo hace lanzando papelitos de la ventana del tren. El
papelito cae cerca de una de las chicas que lee a las demás hermanas
el siguiente mensaje: “Muy lindas estatuas. Viajo en la tercera
ventanilla del segundo coche, Ariel B.”.
Por
medio del papelito, el niño llamado Ariel, se revela a las niñas y
muestra su admiración por ellas. En ese momento, las chicas empiezan
a darse cuenta de que son observadas. Una vez que el chico
indica en que sillón se sienta, las niñas al día siguiente esperan
el tren para mirar más de cerca a las ventanas y reconocer
su admirador, que incluso parecía mayor: “le calculamos dieciocho
años (seguras que no tenía más de dieciséis)”.
Un
día, uno de los papeles que eran lanzados desde el tren por Ariel,
viene con un mensaje que deja a las chicas perplejas:
"la mas linda es la más haragana". Ariel que miraba a las
niñas desde su asiento en el tren, realiza una interferencia directa
en el juego de las niñas una vez que las evalúan.
Esta
es
una situación extraña, porque
una
de las chicas, Leticia, sufre de una deficiencia severa y que le
impide hacer muchos movimientos y esfuerzos: “era la más baja de
las tres, y tan flaca. (…) y para peor una
de
esas
flacuras que se ven de fuera, en el pescuezo y las orejas.”
El
día anterior, Letícia había sido elegida para hacer estatua,
mientras que sus dos hermanas prefieren jugar y centran la atención
en el tren para reconocer los rasgos de su admirador.
Por
esta razón, cuando el papelito cae al día siguiente, elogiando la
más "haragana", Leticia y hermanas se han asegurado de que
el mensaje fue dirigido a la hermana enferma: “Leticia era muy
buena como estatua, pobre criatura. La parálisis no se notaba
estando quieta”.
Debido
al comentario cuestionable, el niño es visto como alguien con malas
intenciones, pero Letícia ve la actitud como un elogio. Sin embargo
sus hermanas no interpretan de la misma manera, pero no hablan nada a
Leticia a fin de no decepcionar a ella: “Lo primero que se nos
ocurrió sentenciar fue que Ariel era un idiota, pero no podíamos
decirle eso a Leticia, pobre ángel, con su sensibilidad y la cruz
que llevaba encima.“.
Los
días pasan y entre papelitos y saludos a distancia, el niño se
propone a conocerlas personalmente: “iba a bajarse en la estación
vecina y que vendría por el terraplén para charlar un rato.”.
Sabiendo esto, Leticia prefiere no asistir, a pesar de la insistencia
y la buena voluntad de la hermana narradora: “me animé y le dije
que no tuviese miedo, poniéndole como ejemplo que el
verdadero cariño no conoce barreras y otras ideas preciosas”.
Pero con
mucha testarudez, Leticia no viene a bajar al patio a jugar con las
hermanas en ese día, y termina perdiendo la visita personal de
Ariel, pero en cambio, envía una carta, que se entrega al niño a
través de su hermana Holanda. El contenido de la carta no se revela
en la historia y no es conocido por la narradora.
Después
de este encuentro personal solo entre Ariel, la narradora y su
hermana Holanda, los días de los juegos siguen como antes, con
papelitos lanzados por la ventana del tren y la lucha por la mejor
perfomance
de estatua y por la atención de Ariel.
Leticia
se ausenta por algún tiempo por la enfermedad y debilidad, pero de
repente, un día decide jugar sola e ir al patio para hacer estatua y
ser mirada por Ariel. Cuando sus hermanas la ven trajando
objetos personales de sus tías y madre, ellas quedan sorprendidas:
“casi nos morimos de miedo cuando al llegar a los sauces vimos que
sacaba del bolsillo el collar de perlas de mamá y todos los anillos,
hasta el grande con rubí de tía Ruth.”.
Pero
Leticia estaba tranquila, "quisiera que me dejaran hoy a mí",
sin embargo, estaba en contra de las reglas, porque no había sido
elegida para hacer estatua por las demás hermanas; ella actuaba de
manera individual por el deseo de satisfacer a Ariel.
Sus
hermanas a pesar de un cierto malestar con la situación, hacen la
voluntad de Leticia, y la adorna con otros
accesorios de la caja de ornamentos: “Nosotras sacamos en seguida
los ornamentos, de golpe queríamos ser tan buenas con Leticia, darle
todos los gustos y eso que en el fondo nos quedaba un poco de
encono.”.
Aunque
bien decorada y por la bella atmósfera que se crea el texto para
describir a Leticia, que estaba en la elevación que daba al tren:
“fue a ponerse al pie del talud con todas las alhajas que brillaban
al sol”, ella en realidad parecía ridícula,
además
no actuaba como se propuso el juego: “Levantó los brazos como si
en vez de una estatua fuera a hacer una actitud, y con las manos
señaló el cielo mientras echaba la cabeza hacia atrás (que era lo
único que podía hacer, pobre) y doblaba el cuerpo hasta darnos
miedo.”.
Mientras
que Leticia hacia la escena
descrita anteriormente, limitada por su deficiencia, el tren pasaba y
desde allí Ariel la observó: “la miraba, salido de la ventanilla
la miraba solamente a ella”.
Al
día siguiente, como Holanda había dicho de una manera premeditada a
su hermana (narradora): "vas a ver que mañana se acaba el
juego", en realidad pasó ... y Ariel no siguió manteniendo
contacto con las chicas.
En
medio de sentimientos ambiguos por parte de las dos “mientras
nos sonreíamos entre aliviadas y furiosas”,
la historia termina con las chicas describiendo ese abandono de
Ariel: “al otro día fuimos las dos a los sauces (…) cuando llegó
el tren vimos sin ninguna sorpresa la tercera ventanilla vacía (…)
imaginamos a Ariel viajando del otro lado del coche, quieto en su
asiento, mirando hacia el río”.
Ese
final indica el carácter indolente de Ariel, la complacencia de sus
hermanas y el intento fallido de Leticia de ser feliz y amada.
Bibliografia: Cortázar,
Julio. Final
del Juego. Buenos Aires: Editorial Sudamericana, 1969.